Escribía poemas aquella noche de lluvia de dos días continuos, inspiración
mantenía alerta, las musas danzaron sintiéndose invitadas en medio del
silencio, eran las tres y cero tres de la madrugada, el viento silbaba
entrelazando eco abigarrado, golpeando una lata sobre el techo, corría de un
lado a otro, como si fantasmal cierzo la hiciera agitar, imaginé mientras
escribía, una lata de refresco o de cerveza rodando en el techo y al mismo
momento dando piruetas y haciendo círculos como el juego de la botellita,
supuse que los fantasmales vientos estaban sobre el techo de mi casa, retozando
y definiendo en círculo hacia dónde se dirigirían, al instante reía, al pensar
lo que hacía el viento mientras las musas se deleitaban dictando sus soflamas
poéticas.
El ruido de la latica se agudizó y tuve que parar
de escribir en aquella maquinita de las antiguas; parado de la silla avisté
para subir por la escalera arrinconada al final de la casa, siempre erecta,
invitando a escalar para indagar qué sucedía en el techo. Al mirar la
desgarbada escalera pensé que si un peldaño se rompía nadie se enteraría al
caer de aquella altura. Pero ella invitaba a remontar y también mirar lo que
sucedía en medio de la nubla.
Mirando la larguirucha escalera cesó la lluvia,
se detuvo el sonar de lluvia en los techos metálicos contiguos, silencio
insólito, los vientos se mantenían tenaces sobre el techo, la latica
seguía su movimiento; me dispuse subir los peldaños de madera corroída por sol,
agua y viento diario, desgarbada se veía la gigante escalera abatida por los
vientos.
Alcancé penúltimos peldaños, quedé asombrado al
ver cuatro figuras transparentadas efectivamente jugando con una lata larga de
papas. Seguí mirando parado y sosteniéndome en la desgarbada escalera y los
cuatro personajes platicando, te toca a ti viento Norte, luego tocó al viento
Sur, más luego al viento Este y por último al viento Oeste. Quité ambas
manos de la escalera y comencé a aplaudir el juego de los cuatro señores
vientos.
Los cuatro al instante voltearon y en posición de
ahusamiento de rostros alargados me dieron el susto mayor, caí
irremediablemente de la escalera y solo escuché el golpe que me di y las
carcajadas de los vientos. Sopor de sueño me invadió, desvaneciendo el dolor;
por intervalos no supe de mí, abro mis ojos y estaban los cuatro vientos
en mi auxilio, mirándose entre sí, en negación expresando el susto que me
habían dado y la caída. El viento Norte con voz arrulladora: – No tiene vida,
el viento Oeste tomaba mi mano derecha y la dejaba caer, susurró está sin
substancia; el viento del Este llenó mis pulmones de viento cálido, comencé a
toser y el viento Sur expresó – Al tocarle le helaré, éste está
intríngulis.
Con mis ojos abiertos y escuchando toda la
pantomima que hacía los cuatro vientos, me paré de un salto y les dije: – Estoy
bien, gracias por auxiliarme, al instante me dejaron solo. Miraba despejado el
cielo, sin madrugada, sin luz de luna, manifiesto el firmamento en claridad, sin
sol; escuché el fuerte sonido de la aldaba de la puerta de la casa, al querer
salir corriendo algo me sujetaba, mi cuerpo tirado en el piso y con los ojos
cerrados y mis clavículas volteadas estaban sobre mi pie izquierdo, lo saqué
lentamente y fui caminando hasta la puerta principal de la casa.
Asomado por el ventanal, vi mi familia que había
llegado del viaje. Al abrirles la puerta, el anuncio fue lo de mi muerte. Mi
hermana Gisela me abrazó y susurró al oído, tranquilo hermano, te daremos una
linda sepultura y recitamos poemas, mis dos hermanas pequeñas Gipzeth y Jacqueline sollozaron, mi madre acercándose me tomó de gancho y me dijo llévame
a donde está tu cuerpo. Todas venían una tras otra hasta el patio detrás de la
casa, ahí se arrodillaron llorando yo les abrazaba y también hipaba junto a
ellas.
Me senté para seguir escribiendo, mientras mi
madre y mi hermana Gisela llamaban por teléfono al resto de la familia; Gisela
preparaba desayuno a mis dos hermanitas, mi madre se arreglaba. Se acercó a la
mesa donde me encontraba escribiendo y me expresó: – No te preocupes por nada,
en este momento iré a la funeraria, haré los arreglos con los eclesiásticos. Le
dije: – Mamá no quiero nada suntuoso, con humildad por favor; me respondió, así
lo haré, hijo. Todo fue muy rápido, a los pocos momentos mi madre estaba
llegando con los funerarios y recogiendo el cuerpo, parecido a gelatina, lo
pusieron sobre una camilla plegable y ahí quitaron la ropa de lo que había sido
mi cuerpo.
Atuendo caballeresco, mi Saco largo de las
paverías de ir a fiestas, vistieron el cuerpo, la camisa tejida a mano en el
pectoral que más me gustaba y la bufanda morada de rayas blancas.
Afeitado y maquillado quedó mi rostro. Mi madre traía mis zapatos fiesteros, el
funerario dijo a mi madre, señora, a los muertos no se le coloca calzado. Mi
madre insistió y terminaron colocándolos. Eran mis botas tejanas preferidas, y
de un lado mi bolso terciado a la derecha de la cintura, sujetándolo con mi
correa, donde siempre introducía mi cartera y cosas personales y un perfume
andarín.
Colocado en medio de la sala y dos ramos de
flores, sin coronas y un sirio en el medio a los pies del féretro; comenzó el
festejo del muerto que veía todo lo que se desarrollaba. Llegaron mis amigos,
familiares y uno a uno me iban dando un gran abrazo, y entre tertulia al final
de la casa todos leían los poemas que había escrito durante todos esos días.
Jairo, el satírico del grupo tomó hojas tipiadas,
lo que él leía no lo escuchaba, solo veía que movía sus labios, recitando en
gesto mímico. Al concluir entre palabras – Mi querido amigo sí que te gusta la
poesía, eres un irremediable romántico. Aprovecha de besar a todas las
muchachas y que ellas decidan quién te declara amor. El día era claro, pero sin
sol, era tenue con crepúsculos. Me fui a reposar a mi cama, no supe más de mí y
pasando no sé cuántas horas sin tiempo, despertando mi descanso, acercada la
partida a la sacramental.
Fui el primero en salir, mientras que las dos
alas de la puerta principal de la sala fueron abiertas, mis amigos sacaban el
ataúd de madera pulida y aldabas argento. Me llevaron directo al lugar de los
laureados durmientes a tres cuadras de mi casa, y haciendo una parada en la
plaza llamada del Espejo, donde la tarde entretenía sentado en una banca miraba
pasar la gente y escribir poemas.
Llevaba en mi mano derecha tres rosas, blanca,
rosada y azul. Luego de la parada dispuse ayudar a los muchachos, dándoles
apoyo por el pesado féretro. Sorpresa para mí cuando uno de los amigos de
siempre me dijo estás livianito hermano. Le dije – Creí que pesaba más; siempre
fuiste liviano, por eso que no pesas nada ahora.
Llegando al lugar de la sepultura, abrieron el
féretro por última vez, todos con llanto miraron mi cuerpo. Me acerqué de mirón
también y al instante vi cuando me guiñó el ojo derecho y destrabó una leve
sonrisa. Está sonriendo decían los presentes. Su alegría la llevó hasta la
tumba. Cerrado el féretro comenzaron a bajarlo al sepulcro; colocando las lazos
al final los ramos de flores. Hubo plegarias y un surco desde el cielo se abrió
como espectacular luz refulgente, roció de luz a los presentes, pero en aquel
instante al cerrar mis ojos, no supe más de mí.
Una voz escuchaba lejana, me llama
insistentemente, el profundo sueño no me permitía abrir los ojos, escuché un
gran golpe de madera y desperté, me estiré semejante a cada mañana cuando nos
disponemos a dejar la cama.
Mis pupilas de nuevo en luz, estaba al pie de la
tumba, y a la espera una hermosa heroína, ataviada de gala, como para ir a una
gran fiesta. Acercándose a mí mejilla me dio un beso cachetero, al preguntarle
quien era, respondió: – Eres el más guapo que ha llegado en todos estos años,
así que decide, acompáñame a bailar. Le pregunté dónde, y si se podía salir del
osario. Me susurró al oído, el guardián está custodiando a unos
facinerosos que trajeron al finalizar el crepúsculo y está entretenido con
ellos y no puede perderles la vista hasta que vengan por ellos los ángeles
custodios.
Sintiéndome convencido por la plática de la
hermosa heroína de tacones Luis XV, tomados de gancho salimos del lugar pasando
las puertas. Nos deslizábamos sobre las calles a gran velocidad, aquella noche
visitamos parques y tres centros nocturnos, bailamos y todas las madrugadas se
repetían con subterfugio para la salida. La llegada era siempre cerca del alba,
le acompañaba hasta su lugar de descanso y mientras veía los ángeles subidos en
lo alto de los edificios y los postes de luz.
La siguiente escapada se hizo mágica, dos abuelas
entretuvieron al guardián mientras nosotros escapamos del lugar
sigilosamente. Aquella madrugada visitamos dos centros concurridos por jóvenes,
parados de un lado y ver mirar a los danzantes nos dimos más acercamiento y mi
compañera la cual no sabía su nombre expresó:- No te he dicho mi nombre, lindo,
de veraz, le susurré, Ivonne y al instante me dio un tierno beso en mis labios,
me sonrojé, instantes después un caballero se acercó a nosotros invitando a
bailar a mi pareja, ella me miró y le di paso para que disfrutara. Bailaron
durante mucho rato, mientras observaba sus gestos de chica hermosa y alegre.
Acercándose y despidiéndose del emocionado bailarín me tomó de la mano, al
salir estaba rompiendo la alborada.
Ágilmente llegamos a nuestros aposentos, esa alba
no tuve oportunidad de avistar a los ángeles en lo alto y de inmediato me fui a
mi lugar a reposar. Escuché la voz de Gisela, llamaba, entre alboroto decía: –
Ya es tarde son las siete de la mañana, es hora del desayuno, y la tortilla se
enfría, así que, a pararse. Al abrir los ojos estaba en mi cuarto, me senté y
al extremo de casando me fui a la sala de baño y darme una ducha, al salir me
acerqué a mi madre y le comenté el sueño desde que comenzó hasta que terminó.
Ella observaba con extrañeza, replicó:- Cuando llegamos casi para amanecer
estabas dormido, cabeza sobre la mesa, no lo recuerdas, te llevé a rastras
hasta la cama. Le respondí, no recuerdo eso madre.
Luego del desayuno salieron, Gisela a la
universidad, mi madre a diligencias y mis hermanitas al colegio. Me dispuse ir
hasta el camposanto de la parroquia, a tres cuadras de mi casa, entré y
busqué la tumba visitada todas noches de fiesta en mi noctámbula difunteada de
inanimado.
Miré por los alrededores, pensé que había sido sólo un sueño. Decido salir del lugar, veo sobre una arrinconada tumba una foto fundida en Mármol con el angelical rostro en inscripción. Ivonne Ferrer 1919 – 1939, QEPD, recuerdo de sus padres y hermanos. Había fallecido hacía 33 años, a sus 20 años, ese año 1972 fue muy mágico, muchas cosas comencé a ver y vivir de nuevo. Lágrimas bajaron por mis mejillas, comencé a platicar con Ivonne en silencio. Te conocí, nos dimos besos, bailamos no sé cuántas madrugadas, ahora no sé, si es que yo estoy muerto. Sentí un leve susurró de cierzo frío sin humedad, seco, una suave mano acarició mi rostro. En sueños te vi, igual como debiste ser siempre. - Disfrutando el tránsito del tiempo te conocí, ensueño alborozado, sonrisa sensible; - si, así es dama antañona radiante; jugueteando a existir entre las danzas nocturnales, seducción angelical, en tiempo no conocido, fantasea en paz amiga del alma, al crepúsculo arribaré, recitaré versos a tus pies, pero algún día diré adiós. Palabra de caballero, te visitaré, existes en colosal lugar de donde siempre escapas, pero sé que pronto subirás por la escalera al cielo.
“Los sueños, aunque sueños
son, ellos nos salvarán en la eternidad” Laab Akaakad