Portafolio de Laab Akaakad

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domingo, 14 de junio de 2020

Nocturno Inanimado / Ensueño de Literato

Nocturno Inanimado / Ensueño de Literato
Laab Akaakad


Escribía poemas aquella noche de lluvia de dos días continuos, inspiración mantenía alerta, las musas danzaron sintiéndose invitadas en medio del silencio, eran las tres y cero tres de la madrugada, el viento silbaba entrelazando eco abigarrado, golpeando una lata sobre el techo, corría de un lado a otro, como si fantasmal cierzo la hiciera agitar, imaginé mientras escribía, una lata de refresco o de cerveza rodando en el techo y al mismo momento dando piruetas y haciendo círculos como el juego de la botellita, supuse que los fantasmales vientos estaban sobre el techo de mi casa, retozando y definiendo en círculo hacia dónde se dirigirían, al instante reía, al pensar lo que hacía el viento mientras las musas se deleitaban dictando sus soflamas poéticas.

El ruido de la latica se agudizó y tuve que parar de escribir en aquella maquinita de las antiguas; parado de la silla avisté para subir por la escalera arrinconada al final de la casa, siempre erecta, invitando a escalar para indagar qué sucedía en el techo. Al mirar la desgarbada escalera pensé que si un peldaño se rompía nadie se enteraría al caer de aquella altura. Pero ella invitaba a remontar y también mirar lo que sucedía en medio de la nubla.

Mirando la larguirucha escalera cesó la lluvia, se detuvo el sonar de lluvia en los techos metálicos contiguos, silencio insólito,  los vientos se mantenían tenaces sobre el techo, la latica seguía su movimiento; me dispuse subir los peldaños de madera corroída por sol, agua y viento diario, desgarbada se veía la gigante escalera abatida por los vientos.

Alcancé penúltimos peldaños, quedé asombrado al ver cuatro figuras transparentadas efectivamente jugando con una lata larga de papas. Seguí mirando parado y sosteniéndome en la desgarbada escalera y los cuatro personajes platicando, te toca a ti viento Norte, luego tocó al viento Sur, más luego al viento Este y por último al viento Oeste. Quité ambas  manos de la escalera y comencé a aplaudir el juego de los cuatro señores vientos.

Los cuatro al instante voltearon y en posición de ahusamiento de rostros alargados me dieron el susto mayor, caí irremediablemente de la escalera y solo escuché el golpe que me di y las carcajadas de los vientos. Sopor de sueño me invadió, desvaneciendo el dolor; por intervalos no supe de mí, abro mis ojos y estaban los cuatro vientos en mi auxilio, mirándose entre sí, en negación expresando el susto que me habían dado y la caída. El viento Norte con voz arrulladora: – No tiene vida, el viento Oeste tomaba mi mano derecha y la dejaba caer, susurró está sin substancia; el viento del Este llenó mis pulmones de viento cálido, comencé a toser y el viento Sur expresó –  Al tocarle le helaré, éste está intríngulis.

Con mis ojos abiertos y escuchando toda la pantomima que hacía los cuatro vientos, me paré de un salto y les dije: – Estoy bien, gracias por auxiliarme, al instante me dejaron solo. Miraba despejado el cielo, sin madrugada, sin luz de luna, manifiesto el firmamento en claridad, sin sol; escuché el fuerte sonido de la aldaba de la puerta de la casa, al querer salir corriendo algo me sujetaba, mi cuerpo tirado en el piso y con los ojos cerrados y mis clavículas volteadas estaban sobre mi pie izquierdo, lo saqué lentamente y fui caminando hasta la puerta principal de la casa.

Asomado por el ventanal, vi mi familia que había llegado del viaje. Al abrirles la puerta, el anuncio fue lo de mi muerte. Mi hermana Gisela me abrazó y susurró al oído, tranquilo hermano, te daremos una linda sepultura y recitamos poemas, mis dos hermanas pequeñas Gipzeth y Jacqueline sollozaron, mi madre acercándose me tomó de gancho y me dijo llévame a donde está tu cuerpo. Todas venían una tras otra hasta el patio detrás de la casa, ahí se arrodillaron llorando yo les abrazaba y también hipaba junto a ellas.

Me senté para seguir escribiendo, mientras mi madre y mi hermana Gisela llamaban por teléfono al resto de la familia; Gisela preparaba desayuno a mis dos hermanitas, mi madre se arreglaba. Se acercó a la mesa donde me encontraba escribiendo y me expresó: – No te preocupes por nada, en este momento iré a la funeraria, haré los arreglos con los eclesiásticos. Le dije: – Mamá no quiero nada suntuoso, con humildad por favor; me respondió, así lo haré, hijo. Todo fue muy rápido, a los pocos momentos mi madre estaba llegando con los funerarios y recogiendo el cuerpo, parecido a gelatina, lo pusieron sobre una camilla plegable y ahí quitaron la ropa de lo que había sido mi cuerpo.

Atuendo caballeresco, mi Saco largo de las paverías de ir a fiestas, vistieron el cuerpo, la camisa tejida a mano en el pectoral que más me gustaba y la bufanda morada de rayas  blancas. Afeitado y maquillado quedó mi rostro. Mi madre traía mis zapatos fiesteros, el funerario dijo a mi madre, señora, a los muertos no se le coloca calzado. Mi madre insistió y terminaron colocándolos. Eran mis botas tejanas preferidas, y de un lado mi bolso terciado a la derecha de la cintura, sujetándolo con mi correa, donde siempre introducía mi cartera y cosas personales y un perfume andarín.

Colocado en medio de la sala y dos ramos de flores, sin coronas y un sirio en el medio a los pies del féretro; comenzó el festejo del muerto que veía todo lo que se desarrollaba. Llegaron mis amigos, familiares y uno a uno me iban dando un gran abrazo, y entre tertulia al final de la casa todos leían los poemas que había escrito durante todos esos días.

Jairo, el satírico del grupo tomó hojas tipiadas, lo que él leía no lo escuchaba, solo veía que movía sus labios, recitando en gesto mímico. Al concluir entre palabras – Mi querido amigo sí que te gusta la poesía, eres un irremediable romántico. Aprovecha de besar a todas las muchachas y que ellas decidan quién te declara amor. El día era claro, pero sin sol, era tenue con crepúsculos. Me fui a reposar a mi cama, no supe más de mí y pasando no sé cuántas horas sin tiempo, despertando mi descanso, acercada la partida a la sacramental.

Fui el primero en salir, mientras que las dos alas de la puerta principal de la sala fueron abiertas, mis amigos sacaban el ataúd de madera pulida y aldabas argento. Me llevaron directo al lugar de los laureados durmientes a tres cuadras de mi casa, y haciendo una parada en la plaza llamada del Espejo, donde la tarde entretenía sentado en una banca miraba pasar la gente y escribir poemas.

Llevaba en mi mano derecha tres rosas, blanca, rosada y azul. Luego de la parada dispuse ayudar a los muchachos, dándoles apoyo por el pesado féretro. Sorpresa para mí cuando uno de los amigos de siempre me dijo estás livianito hermano. Le dije – Creí que pesaba más; siempre fuiste liviano, por eso que no pesas nada ahora.

Llegando al lugar de la sepultura, abrieron el féretro por última vez, todos con llanto miraron mi cuerpo. Me acerqué de mirón también y al instante vi cuando me guiñó el ojo derecho y destrabó una leve sonrisa. Está sonriendo decían los presentes. Su alegría la llevó hasta la tumba. Cerrado el féretro comenzaron a bajarlo al sepulcro; colocando las lazos al final los ramos de flores. Hubo plegarias y un surco desde el cielo se abrió como espectacular luz refulgente, roció de luz a los presentes, pero en aquel instante al cerrar mis ojos, no supe más de mí.

Una voz escuchaba lejana, me llama insistentemente, el profundo sueño no me permitía abrir los ojos, escuché un gran golpe de madera y desperté, me estiré semejante a cada mañana cuando nos disponemos a dejar la cama.

Mis pupilas de nuevo en luz, estaba al pie de la tumba, y a la espera una hermosa heroína, ataviada de gala, como para ir a una gran fiesta. Acercándose a mí mejilla me dio un beso cachetero, al preguntarle quien era, respondió: – Eres el más guapo que ha llegado en todos estos años, así que decide, acompáñame a bailar. Le pregunté dónde, y si se podía salir del osario.  Me susurró al oído, el guardián está custodiando a unos facinerosos que trajeron al finalizar el crepúsculo y está entretenido con ellos y no puede perderles la vista hasta que vengan por ellos los ángeles custodios.

Sintiéndome convencido por la plática de la hermosa heroína de tacones Luis XV, tomados de gancho salimos del lugar pasando las puertas. Nos deslizábamos sobre las calles a gran velocidad, aquella noche visitamos parques y tres centros nocturnos, bailamos y todas las madrugadas se repetían con subterfugio para la salida. La llegada era siempre cerca del alba, le acompañaba hasta su lugar de descanso y mientras veía los ángeles subidos en lo alto de los edificios y los postes de luz.

La siguiente escapada se hizo mágica, dos abuelas entretuvieron al guardián mientras nosotros escapamos del lugar sigilosamente. Aquella madrugada visitamos dos centros concurridos por jóvenes, parados de un lado y ver mirar a los danzantes nos dimos más acercamiento y mi compañera la cual no sabía su nombre expresó:- No te he dicho mi nombre, lindo, de veraz, le susurré, Ivonne y al instante me dio un tierno beso en mis labios, me sonrojé, instantes después un caballero se acercó a nosotros invitando a bailar a mi pareja, ella me miró y le di paso para que disfrutara. Bailaron durante mucho rato, mientras observaba sus gestos de chica hermosa y alegre. Acercándose y despidiéndose del emocionado bailarín me tomó de la mano, al salir estaba rompiendo la alborada.

Ágilmente llegamos a nuestros aposentos, esa alba no tuve oportunidad de avistar a los ángeles en lo alto y de inmediato me fui a mi lugar a reposar. Escuché la voz de Gisela, llamaba, entre alboroto decía: – Ya es tarde son las siete de la mañana, es hora del desayuno, y la tortilla se enfría, así que, a pararse. Al abrir los ojos estaba en mi cuarto, me senté y al extremo de casando me fui a la sala de baño y darme una ducha, al salir me acerqué a mi madre y le comenté el sueño desde que comenzó hasta que terminó. Ella observaba con extrañeza, replicó:- Cuando llegamos casi para amanecer estabas dormido, cabeza sobre la mesa, no lo recuerdas, te llevé a rastras hasta la cama. Le respondí, no recuerdo eso madre.

Luego del desayuno salieron, Gisela a la universidad, mi madre a diligencias y mis hermanitas al colegio. Me dispuse ir hasta el camposanto de la parroquia, a tres cuadras de mi casa, entré y busqué la tumba visitada todas noches de fiesta en mi noctámbula difunteada de inanimado.

Miré por los alrededores, pensé que había sido sólo un sueño. Decido salir del lugar, veo sobre una arrinconada tumba una foto fundida en Mármol con el angelical rostro en inscripción. Ivonne Ferrer 1919 – 1939, QEPD, recuerdo de sus padres y hermanos. Había fallecido hacía 33 años, a sus 20 años, ese año 1972 fue muy mágico, muchas cosas comencé a ver y vivir de nuevo. Lágrimas bajaron por mis mejillas, comencé a platicar con Ivonne en silencio. Te conocí, nos dimos besos, bailamos no sé cuántas madrugadas, ahora no sé, si es que yo estoy muerto. Sentí un leve susurró de cierzo frío sin humedad, seco, una suave mano acarició mi rostro. En sueños te vi, igual como debiste ser siempre. - Disfrutando el tránsito del tiempo te conocí, ensueño alborozado, sonrisa sensible; - si, así es dama antañona radiante; jugueteando a existir entre las danzas nocturnales, seducción angelical, en tiempo no conocido, fantasea en paz amiga del alma, al crepúsculo arribaré, recitaré versos a tus pies, pero algún día diré adiós. Palabra de caballero, te visitaré, existes en colosal lugar de donde siempre escapas, pero sé que pronto subirás por la escalera al cielo.

“Los sueños, aunque sueños son, ellos nos salvarán en la eternidad” Laab Akaakad

Laab Akaakad - Creador Editor

Una tarde aromática de abeto y bayas silvestres, parado desde el mirador de mi morada, veía deleitado arboledas araguaney de oro y violeta, ...